Poema inconcluso
Un viento que late a un ritmo incompatible con la tormenta, se sitúa en medio de ella, le da vueltas, huyendo y jugando al mismo tiempo, como un niño que descubre una atracción nueva y se entrega totalmente para que las horas pasen volando y, a la vez, como un viejo delante del mar, esperando que llegue su destino, ajustando su reloj para no perder el camino.
Tú y yo fuimos viento y fuimos tormenta, fuimos todas esas cosas que no podemos tocar, fuimos Romeo esperando bajo el balcón, fuimos ese Hamlet que ya no sabe si ser o no ser.Somos todas esas dudas que nunca se resolverán.
Porque en un #AmorImposible las certezas no existen. Porque hoy, después de tanto dolor, ya no veo en blanco y negro, sé que puedo naufragar, situarme en medio de la tormenta y, darme cuenta de que las nubes blancas y negras se dan la mano y forman grises, reflejo de lo que pudimos haber sido: una gama de grises de todos los colores.
Grises que danzan al ritmo de la tormenta.
Grises como los recuerdos más hermosos.
Grises como las lágrimas que no puedes evitar escupir al reír.
Grises como el Sol y oscuridad de la Luna, como es el amor real.
En nuestro amor imposible, nos convertimos en maestros de la danza entre las sombras y los destellos de luz, navegando por los mares inciertos de la pasión prohibida. Fuimos arquitectos de castillos en el aire, construyendo sueños que desafiaban las leyes de la realidad, pero que aún así se erigían majestuosos en el firmamento de lo imposible.
En cada encuentro furtivo, fuimos clandestinos amantes de la esperanza, desafiando al destino con la valentía de quienes se sumergen en lo desconocido. Como el viento que acaricia la piel con su suave caricia, fuimos la brisa que susurraba promesas inalcanzables y el rugir de la tormenta que amenazaba con desgarrar el cielo.
Pero en el laberinto de nuestras emociones, descubrimos que las certezas eran efímeras, destellos en la penumbra de lo desconocido. Como un rompecabezas sin bordes definidos, nuestro amor imposible se volvió un lienzo de grises, donde las contradicciones bailaban con gracia, formando una sinfonía de matices que pintaba nuestra historia.
Aprendimos a apreciar la belleza de esos grises, donde los extremos se entrelazan en una danza eterna. Eran grises como la complicidad que se forjaba en silencios compartidos, como las lágrimas que abrazaban la risa y los secretos que se perdían en la penumbra de la noche. Descubrimos que el amor real, en su complejidad, es una paleta de colores que se fusionan en la amalgama de la experiencia.
Así, en este amor imposible, nos convertimos en la sinfonía inacabada, en el poema inconcluso. Y aunque las palabras puedan no ser suficientes para describir la intensidad de lo que fuimos, quedamos marcados en los grises, en ese rincón donde el corazón late con la nostalgia de un amor que desafió las barreras del tiempo y del espacio.
Porque en un amor imposible, la esencia perdura en la eternidad de los recuerdos, en las huellas indelebles de un capítulo que nunca se cerrará completamente. Y así, en la penumbra de lo que pudo ser, dejamos que nuestro amor siga danzando, como el viento y la tormenta, en los misteriosos caminos de lo eternamente inalcanzable.
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