El espejo falaz
En el bronce pulido de una copa antigua, un hombre descubre que los reflejos pueden ser brutalmente honestos o magníficamente mentirosos; pero la verdadera pesadilla comienza cuando ya no puede distinguir cuál es cuál.
Se trata de una copa de factura notable en bronce, suficiente para resistir el paso del tiempo sin ser deteriorado en lo más mínimo.
El hombre se miró en el reflejo y no se reconoció. Parecía más viejo, con arrugas en los sitios donde no iban, barba y bigote desalineado, con ojeras que jamás había tenido. Definitivamente, la culpa debía ser de la copa… Las copas, al igual que los instrumentos musicales, pensó, se desafinaban con el uso y empezaban a reflejar imágenes equivocadas. No siempre se podía confiar en los reflejos.
Ya no pulían el bronce como antes. Simplemente reflejan las cosas a su manera, a grado tal, que en vez de invertir las imágenes, las enderezaban, obligándolo en ocasiones, paradójicamente, a verse tal como era.
Miró la copa con ojos de venganza y el reflejo le devolvió una mirada de compasión. ¡Siempre llevándole la contraria, la muy maldita!
Y no era solamente que la copa se hubiera vuelto mentirosa, sino que además reflejaba lo que le daba la gana. Cuando iba afeitarse, en vez de su rostro, aparecían lobos aullando en medio de la noche. Eso era absolutamente intolerable.
Tenía que planear cómo deshacerse de la copa sin que esta se diera cuenta —uno nunca sabe qué vengativas puedan ser las copas—. Podría robarse su imagen y hacerlo desaparecer para siempre de esta tierra. Tendría cuidado. Empezó a tratarla hipócritamente, como si nada anormal estuviera pasando. Fingía que le podía cepillar los dientes a un león y hacerle el nudo de la corbata a una tortuga. ¡Ya vería aquella bandida quién era el que mandaba en esa celda!
La decisión estaba tomada. La copa se había convertido en una extraña con la que no podía ni quería compartir su vida. Finalmente, una noche se armó de valor, reunió todo lo que necesitaba y se dirigió descalzo al baño para no hacer ningún ruido que lo fuera a delatar…
Entró en perfecto silencio en plena oscuridad total. Había contado los pasos que lo colocarían exactamente sobre un bote que preparó. Anudó la soga y se dispuso a echar el bote hacia atrás y toda la fuerza de sus músculos se concentró en su cuello. Sintió cómo los recuerdos rebotaban contra las paredes de su celda y, a pesar de estar preparado, dentro de su cerebro retumbó el grito más desgarrador que hubiera escuchado en toda su vida, como si en verdad estuvieran matando a un ser vivo.
Sería una cuestión de segundos. Su vida volvería a la normalidad, y él volvería a ser él, ya no sería el esclavo de una copa ni de esos seres extraños que lo contemplaban con miradas siniestras y ojos brillantes pretendiendo ser su reflejo.
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